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primer relato de soledad

La luna ya está alta. No la veo, las nubes la esconden, pero sé que está ahí. Está lloviendo, los adoquines de la plaza de Cort resbalan, veo correr el agua entre sus hendiduras. Camino, nada más que eso. Camino. Las gotas de la lluvia se estrellan en mi chaqueta y penetran en mi alma. No tengo frío o quizás sí, pero no me entero.

Son las 3 de la madrugada, el silencio se ha apoderado de la ciudad y de mí. Llevo paso firme, aunque por dentro mis piernas tiemblan, y no es el frío.  Mis pasos se dirigen ahora por la calle Colon. Solo oigo las gotas suicidarse contra el suelo.

Voy pensando. Pienso en mi vida, en mí. Pienso en el pasado y en el futuro. Interrumpen mis pensamientos unas voces, el corazón palpita más rápido y en un instinto básico me escondo en un portal oscuro.  No quiero que me vean, soy mujer y eso es un peligro a estas horas.  Tras pasar el peligro salgo de mi madriguera para cruzar el umbral que da a la Plaza Mayor, es entonces cuando acelero el paso. Es un espacio demasiado grande y de mayor dificultad para esconderse. Pero en medio de la plaza me paró en seco, levanto la cabeza y veo los balcones de las casas que dan a la plaza, ojos cerrados que tengo la sensación que me miran. Decido echar a correr, casi caigo.

Ya en calle San Miguel vuelvo a pensar, pienso en mi soledad. Mi gran amiga soledad, tan cercana y tan ajena. Todo el mundo tiene su sitio, que se han ido creando. Mi hermano mayor, casado desde hace años, con mujer e hija. Mi hermano F., acaba de encontrar pareja, está feliz con el niño de ella; son ya una familia. Mi hermano M., con novia, se acaba de comprar un piso donde compartir su amor. Mi madre tiene a mi padre. Todos duermen con alguien al lado. Yo me pregunto quién está a mi lado, ¿Quién?.

La lluvia ha cesado ya, pero no así el frío. Tengo los pies mojados, en cada paso que doy se oye el agua explotar entre mis pies y las botas. Tengo miedo, voy a entrar en una calle a oscura; me da miedo la oscuridad. Entro con convicción.

Ya veo la Plaza España, con desagrado veo la estatua de Jaime I chorrear. Subo la pendiente y me dirijo hacia la orilla de la carretera. A estas horas no hay bus, tendré que coger un taxi.

Llevo 20 minutos esperando ver pasar un puto taxi,  cuyo taxista tiene que trabajar por la noche para poder dar de comer a sus hijos, la crisis afecta por igual. El frío cada vez es más grande. Los nervios me desesperan. Me desespera el silencio instalado en la ciudad, no se ve ni un alma (aunque eso me tranquiliza), todo en calma. En calma, ni un coche, ni un pájaro, ni un grito.

Por fin aparece un taxi, lo llamo, se detiene. Me voy a casa.

1 comentario

Pablo -

Como el relato va de la soledad, te dejo este comentario solitario.
jejeje,
seguiré leyendo la continuación